Nuestra parte de noche, de Mariana Enriquez: Una Crítica

Nuestra parte de noche tiene un problema de fondo y forma: todo se siente simple y superficial. De igual forma, Mariana Enriquez no parece decidirse si escribir una novela de aprendizaje o una acumulación narrativa. Esta crítica analiza sus principales puntos bajos.
Quizás sea un problema de expectativas, pero Nuestra parte de noche (2019) fue más bien una decepción.

Habiendo leído Las cosas que perdimos en el fuego (2016), puedo decir que aquí no encontré nada de lo fascinante que tenían esos cuentos.

Quizás sea un tema de óptica borgeana: los ripios de un texto largo se sienten demasiado presentes en esta novela, hay ramificaciones que se toman secciones completas, ambiciones muy altas en torno al contexto político, y una mezcolanza de tropos y lugares comunes que no cuajan del todo.

En realidad, Nuestra parte de noche podría ser un libro escrito por Stephen King después de pasar una temporada en Argentina. Con todo lo bueno y lo malo que ello conlleva.

Un libro entre el aprendizaje y la dispersión


Así como King suele poner el foco en la transición de niños a adolescentes y en las relaciones filiales rotas, este coming-of-age de Mariana Enriquez sigue esa misma senda, permeado además por una amenaza sobrenatural y ambientado en una época de constante tensión y violencia.

En este sentido, su premisa se sostiene: un padre viudo intenta ocultar a su hijo de las fuerzas oscuras encarnadas por una familia aristócrata, acólitos de una entidad infernal y simpatizantes de la dictadura argentina.

La ejecución, sin embargo, recurre a una estructura maximizada en la que cada secuencia se sobre-describe, todo se alarga, estira, y explica.

Aunque la naturaleza del relato nos lleva a creer que estamos ante una historia tradicional, donde el desarrollo nos conducirá a un clímax y luego a un desenlace, en realidad se trata de una acumulación de dramas que no dan la impresión de cerrar.
¿Por qué, en todo caso, tenemos que recorrer años y años de profunda historia familiar para llegar a un final tan insulso? ¿Lo importante era el viaje y no el destino?

Resulta contraproducente que el libro entregue señales de ser una Bildungsroman –una novela de aprendizaje– y al mismo tiempo le dedique cientos de páginas a dispersarse hacia otras aristas, como la historia y mitología detrás de la Orden y su relación con la Oscuridad, por ejemplo.

Así, la lectura de Nuestra parte de noche no alcanza a ser inmersiva, ni a vender realmente el drama.

Y aunque se podría argumentar que lo relevante del libro son las atmósferas, el tratamiento del lenguaje, y su trasfondo, ninguno de estos elementos brilla de manera particular.

La simpleza del subtexto


Decir que todo es una metáfora de la dictadura es una interpretación demasiado simple.

No obstante, el libro parece apuntar hacia allá: la Orden como una aristocracia que tortura con fines políticos-mágicos, la casa donde uno de los personajes no muere sino que desaparece, el silencio del padre con el hijo sobre los traumas del pasado.

Todo aparece obvio y superficial. Simple. Y la elección de un narrador omnisciente no ayuda a darle densidad al subtexto.

Al contrario, los capítulos que mayor vuelo alcanzan son los del doctor Bradford y de Olga Gallardo, pues en ambos logramos entrar en primera persona a la locura que el narrador omnisciente sólo alcanza a describir (el primero desde una perspectiva científica, casi tecnócrata, y la segunda desde la crónica directa).

Asimismo, la prosa de Mariana Enríquez –que en sus cuentos es más barroca y aterradora– aquí apenas tiene momentos de inspiración poética.

El problema principal, en todo caso, es más profundo.
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Mariana Enriquez

Novela del siglo XX


Nuestra parte de noche es una novela que se ambienta en el siglo XX y que se siente escrita en el siglo XX (de ahí que se le compare con las obras del boom).

Aunque los saltos temporales y las referencias y cruces entre baja y alta cultura intentan darle un aire contemporáneo –tal vez, posmoderno–, su impronta es más bien tardía.

Tanto el mundo de la magia como las culturas urbanas juveniles se representan como algo anómalo, oscuro y secreto. Hay un velo entre el mundo real y el mundo mágico que el protagonista debe atravesar.

Esta decisión diegética que recuerda a Neil Gaiman, Matrix, o Harry Potter (que en la novela tiene su correlato con otra cicatriz doliente producto de un encantamiento de amor y protección), se siente noventera, casi rozando el inicio del milenio.

Una novela realmente mágica escrita con ojos del siglo XXI hubiera obviado esa separación. Como en Rick and Morty, por ejemplo, donde ver a un adulto y a un niño haciendo colapsar Ordenes secretas y conspiraciones globales es pan de cada día.

Tal vez los libros de China Miéville, o La maravillosa vida breve de Óscar Wao de Junot Díaz, también calificarían en esa categoría, donde lo mágico y lo sobrenatural conviven sin problemas con lo cotidiano.

Si bien Mariana Enriquez es una gran escritora (insisto, sus cuentos son joyas), en esta novela no hay mucho más que un estilo en retirada, un poco pasado, pero esforzándose por sobrevivir.
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