Black Mirror: Las lecciones del maestro

Existe una barrera que separa el mundo real del reino de las ficciones. Ambos espacios se observan de un lado a otro, a veces abren grietas, se unen, y generan marismas ambiguas, sin divisiones claras. Más que una barrera sólida se trataría, entonces, de una membrana permeable que permite que la realidad se vea influida por la imaginación y viceversa. Así lo plantea, al menos, el escritor inglés y leyenda viviente de la narrativa gráfica Alan Moore.

Reflexionando sobre estos cruces entre ficción y no-ficción, en una entrevista de 2015, Moore aprovecha de enviarle un mensaje tan irónico como revelador al creador de Black Mirror, Charlie Brooker (también inglés, también escritor): “Quizás no debería haber escrito sobre el Primer Ministro Británico teniendo relaciones con un cerdo si no quería que eso pasara”, afirma, estableciendo así una analogía entre el primer episodio de la serie con el –en ese momento– reciente triunfo del Brexit.

Ya en su quinto ciclo, estrenado en junio de 2019, Brooker parece haber interiorizado estas lecciones del mago de Northampton, pues poco queda del sentimiento de distopía inevitable que caracterizaba las temporadas anteriores. En sólo tres capítulos (como en su origen), Black Mirror se pasea por el amor romántico y sus avatares (Striking Vipers), la tragicomicidad de un luto aún abierto (Smithereens), y el subgénero de la comedia adolescente-familiar (Rachel, Jack and Ashley Too).
black mirror analisis quinta temporada
Este cambio se siente como el estado lógico al que llegaría la serie luego de haberse detenido a reflexionar sobre sí misma hacia el final de su cuarta temporada (Black Museum). Más que un final de corte recopilatorio, ahora podemos suponer que ese episodio representaba un tránsito hacia otro estilo, a formas diferentes de abordar este universo, con otra caja de herramientas para construirlo. 

Brooker pasa la prueba de manera holgada y no le preocupa caer en ciertos clichés para llegar donde quiere llegar. Si bien la estructura del deseo en Striking Vipers se parece más al de una sitcom noventera (con sus flechazos intensos e inmediatos y sus pruebas de amor), predomina la maleabilidad de las relaciones. Smithereens, probablemente el mejor episodio de la temporada, se sostiene sobre la entrega de un mensaje que en realidad no significa nada, un McGuffin que deja en evidencia cómo se van tejiendo las redes de información, y quienes son los que dominan esas redes construidas entre todos. Mientras que Rachel, Jack and Ashley Too, pese a todo su humor simplón, cierra con un comentario que redondea la temporada: el/la artista, para poder crecer, debe cambiar. 

Hubiera sido mucho más fácil y cómodo para Brooker mantenerse en lo que Moore llama “la escritura de oro”, esa técnica que un autor reconocido domina sin problemas, aquella que lo catapultó al éxito. Lo difícil es abandonarla y atreverse a explorar estilos nuevos. Aún más difícil considerando el factor industrial que moviliza la producción audiovisual televisiva/streaming, que no permite muchas variaciones para no perder al público que se entretiene con la repetición más que con la innovación. 

La quinta temporada de Black Mirror, además de ser una bocanada de aire fresco con respecto a las formas que venía trabajando la serie, nos permite pensar los avances tecnológicos (y a nosotros mismos, a través de esta tecnología) desde el placer, la alegría, la posibilidad de establecer lazos fraternos (con humanos y no-humanos); ya no desde la angustia desesperante ni el siempre cotizado fin del mundo.
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