Crítica de “Crimes of the Future” (2022), de David Cronenberg

Crimes of the Future (2022) muestra un mundo distópico donde vemos cómo el cuerpo humano funciona de lienzo para un arte que no logra trascender. Su pareja protagónica, interpretada por Viggo Mortensen y Léa Seydoux, son las piezas con las que David Cronenberg despliega un análisis sobre la posibilidad de una nueva carne.
Hace unos años las conjeturas distópicas de series como Black Mirror o Years and Years se sentían refrescantes y novedosas. Hoy, después de una pandemia mundial y con el contexto bélico que nos rodea, la distopía parece ser algo de lo que preferimos escapar.

Ya lo anticipaba Black Mirror en su quinta temporada. E incluso la satírica South Park, en uno de sus últimos especiales, decidió no dejar ganar al futuro desolador y darles un porvenir más alegre a sus personajes.

En Crimes of the Future, David Cronenberg toma un camino intermedio: un mundo sin los dolores que conlleva la distopía, pero en el que no se siente la posibilidad de un futuro auspicioso.
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Software al servicio del cuerpo


Los protagonistas de Crimes of the Future son artistas. O al menos intentan serlo.

Saul Tenser (Viggo Mortensen) y Caprice (Léa Seydoux) interpretan performances en los que ella le realiza cirugías a él, extirpándole órganos completamente nuevos y misteriosos que crecen en su interior, tatuándolos y exhibiéndolos ante sus pocos pero fascinados seguidores (técnicos de maquinaria corporal, burócratas, gestores culturales).

La cirugía es el nuevo sexo, se dice y muestra durante la película. Mientras que el antiguo sexo sería la carne cerrada, el mero contacto de la piel con la piel.
Aunque esta homologación entre sexo y arte es interesante, más interesante es el desvío que toma Cronenberg con respecto a nuestro mundo. Con las videollamadas, los algoritmos, las redes sociales, y el Metaverso en ciernes, el nuevo sexo –y arte– debería ser más bien electrónico, abstracto, asíncrono, y a distancia.

Como si se tratara de una declaración de principios, en Crimes of the Future es el software el que está al servicio del cuerpo (con camas, sillas, y escalpelos inteligentes), y no al revés.

Mientras nos encaminamos a la ruta de Ready Player One, con avatares reemplazando identidades en un plano puramente virtual, Cronenberg retoma su obsesión por la carne como un gesto contracultural: es en el cuerpo real donde ocurren los cambios, donde se genera y ejecuta la verdadera voluntad creativa del ser humano.
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El éxtasis de la nueva carne


Esta declaración, sin embargo, es tramposa. Pues el arte de la carne puede ser igual de pobre y simplón que el que abunda en nuestro mundo.

El performer de múltiples orejas que aparece en la película (y que se ha usado para promocionar el film, por cierto) no parece ser muy diferente de un NFT del Bored Ape Yacht Club: una imagen llamativa, entretenida, sostenida por un uso vanguardista de la tecnología, pero superficial a fin de cuentas.
En este sentido, resulta curioso que la principal voz crítica hacia el arte de Tenser y Caprice sea la de un detective gubernamental. Las interacciones de este agente con Tenser dejan entrever que las figuras de artista, crítico, y policía, son más permeables y similares de lo que se podría pensar.

Así, Crimes of the Future se puede interpretar como la búsqueda de Tenser por trascender esas categorías y elevar su arte más allá del efectismo de las tripas abiertas y el liviano marco teórico de “la rebelión del cuerpo”.
La escena final es tanto la culminación de ese proceso como una profundización en la idea del cuerpo como motor de creatividad.

No es sólo el cuerpo “real” lo que genera cambios, sino que es el nuevo cuerpo, la carne junto a lo sintético, la chispa capaz de producir el éxtasis que ninguna de las performances de Tenser y Caprice logran alcanzar.

Cronenberg captura esta reflexión en términos cinematográficos: una imagen tomada desde una cámara-anillo (grabada con la mano, como se graba al usar un celular; y no con el ojo, como se hacía con las cámaras antiguas), pero que se ve granulada y en blanco y negro, no en alta definición. La unión de lo viejo y lo nuevo, lo humano y lo no-humano, para generar ese momento sublime.
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Una reflexión final


Si bien en Crimes of the Future no vemos lo que está pasando más allá de la ciudad en la que ocurren los hechos, vale la pena preguntarse: ¿qué está pasando afuera?, ¿cómo es realmente este futuro?, ¿hay metrópolis?, ¿hay países?, ¿hay viajes interplanetarios?

La única pista posible es simbólica. Cuando Tenser pregunta a la madre qué es lo que hay al interior de su hijo, la respuesta es “el espacio exterior”.

Para encontrar lo que hay allá afuera, es necesario mirar hacia adentro.

La distopía de Cronenberg tiene ese resquicio final: a través de la grieta del dolor puede entrar un rayo de luz. Quizás no para soñar un mundo mejor, pero al menos diferente.
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