Dune (2021): Los análisis de la crítica

Este artículo fue escrito por Leonardo Goi y publicado en el blog Notebook, de la plataforma de streaming Mubi, en la sección The Current Debate. La traducción es de Roberto Rubio Ramírez.
Después del proyecto fallido de Alejandro Jodorowsky, de la injustamente despreciada versión de David Lynch, y de una miniserie del 2000 recordada por sus horribles vestuarios, la Dune de Denis Villeneuve es el intento más reciente por adaptar la novela de culto de Frank Herbert.

Para quienes no conocen el famoso libro: se trata de un aprendiz de mesías, el joven príncipe Paul Atreides (Timothée Chalamet), atrapado en el centro de una guerra interplanetaria.

Su familia es enviada al planeta Arrakis para cosechar la “especia” ­­­­–una sustancia que permite los viajes estelares–, y asesinada por un clan rival, obligándolo así a aliarse con los nativos Fremen para restaurar la justicia en la galaxia.

A diferencia de la adaptación de Lynch, la Dune de Villeneuve abarca sólo la mitad del libro, dejando suficiente espacio para crear “una película de grandeza emocional que abruma los sentidos”, una obra “tan intimidante que resulta difícil de creer que se haya logrado”, como lo anota Clarisse Loughrey de The Independent.

Pero ¿es la historia del film tan rica y satisfactoria como el universo en el que se desarrolla?
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Buen mundo, personajes aburridos


Para Michael Sragow, del Film Comment, Dune “ejemplifica la obsesión por construir un buen mundo en vez de construir buenos personajes”, donde actores talentosos son reducidos a “meros receptáculos de figuras clave del libro”.

Richard Lawson de Vanity Fair concuerda con esa opinión, exceptuando a Chalamet y a Rebecca Ferguson (la madre de Paul Atreides, Jessica):

“Ninguno se distingue de manera particular, los personajes son sólo engranajes en la máquina de Villeneuve. No se dice mucho sobre sus historias individuales, haciendo difícil empatizar con los giros de la historia (…).

A pesar de su majestuosidad, Dune se olvida de hacer cosas básicas, como darnos alguien a quién apoyar o con quién conectarnos”.

Y aun así, ¿es el universo que imaginó Villeneuve tan majestuoso?
Esta Dune, dice Richard Brody en The New Yorker, “no es tanto un espectáculo de C.G.I., sino que parece más una película a la que aún le faltan retoques digitales y escenografías por construir”.

“La sobriedad a la que recurre Villeneuve no es como la sencillez de las películas baratas de ciencia-ficción de los años 50, sino que parece más el producto de la falta de imaginación, la imposibilidad de ir más allá de lo que dicta el guion y compartir con los espectadores las maravillas y horrores de palabras imposibles (…).

Sus imágenes son rígidas y herméticas como ilustraciones de una novela gráfica. Su punto de vista no propone ninguna segunda lectura, no tiene corporalidad ni impacto visceral. El mundo material de la película concuerda con su mundo emocional: angosto, sencillo y sin ambigüedad”.

Lo cual puede ser la diferencia principal entre las versiones de Villeneuve y Lynch.

La comparación con la Dune de Lynch


Claro, a la de Lynch le sobraban explicaciones verbales, pero no se alejaba de los detalles más extraños que sí están la historia de Herbert y que en la de Villeneuve fueron aplanados.

A pesar de sus defectos, Justin Chang escribe en el L.A. Times:

La Dune de Lynch tenía el coraje de sus convicciones dementes, la falta de miedo ante un imaginario febril y lleno de pústulas que hacen parecer tímido y demasiado prístino a Villeneuve.

No es primera vez que su trabajo se sostiene sólo por sí mismo; es la firma de un autor que es más lógico que intelectual, más técnico que artístico. Como experiencia visual y visceral, Dune te transporta de manera innegable. Como espectáculo para la mente y el corazón, nunca abandona por completo la Tierra”.
¿Entonces, por qué la película igual funciona?

Quizás porque, como anota K. Austin Collins en Rolling Stone, “es grande, impresionante y comprometida, capaz de tener buenísimos momentos en los que sólo se puede admirar a quienes los hicieron”.

“Lo divertido y fallido de esta nueva Dune es que, tal como Blade Runner 2049, su principal aspiración es tener una cualidad única de espectáculo de autor. Por lo tanto, a veces cae en la trampa de una ambición tan agobiante que eclipsa cualquier destello genuino de originalidad o imaginación dramática (…).

Cuando la película se acerca al poder totalizante y sublime de un espectáculo de acción bien financiado, alcanza un buen ritmo. En cambio, cuando intenta realizar una gran ópera, se va hacia tramos aburridos de notas falsas”.

¿Cómo se adapta un libro así?


Esa supuesta falta de imaginación de Villeneuve genera una duda provocadora: ¿cómo lograr que Dune se sienta genuinamente original?

El principal problema de adaptar la saga de Herbert a una película no es su enfoque épico, como escribe Dan Schindel en Hyperallergic, sino que:

con el paso del tiempo, el libro se ha comenzado a sentir demasiado derivativo de muchos tropos de la ciencia-ficción. No porque realmente sea derivativo, sino que por ser la fuente de muchos de esos tropos” (por nombrar uno de los más obvios, Star Wars tomó prestado mucho del libro).

Es innegable que su narrativa “se ha viciado debido a décadas de imitación”, nos recuerda David Rooney de The Hollywood Reporter. En contraposición, David Ehrlich de IndieWire argumenta que “la única movida posible del director es subir el volumen hasta que la distorsión suene como si fuera algo nuevo”.
La novedad, en todo caso, parece tener que ver con el éxito de taquilla que Villeneuve ha logrado y no tanto con sus elementos de ciencia-ficción.

“En términos de espectáculo, Dune es admirablemente discreta”, anota Stephanie Zacharek del TIME. Villeneuve respeta el material original sin “arrodillarse ante él” ni “convirtiéndolo en un blockbuster demasiado llamativo”.

De hecho, la película está más cerca de “un film de ciencia-ficción dura que de un blockbuster tradicional”, escribe David Jenkins en Little White Lies, “más cercana al cine de David Lean que al hiperactivo Universo de Marvel”.

Lo que no significa que Villeneuve pase por alto las demandas del cine convencional de alto presupuesto.
Como argumenta Manohla Dargis en The New York Times:

“El desafío más complejo tiene que ver con las necesidades comerciales de la película y, por extensión, la necesidad histórica de Hollywood de ofrecer héroes y finales felices. Este es un problema que Villeneuve no puede ni pretende solucionar.

Paul Atreides es perseguido por visiones proféticas que no entiende por completo y, en la novela, es una figura atractiva pero también amenazante. Esta versión de Paul no tiene mucho de amenazante, sino que es más un aprendiz de héroe honesto, sensible e inexperto.

En realidad, el peligro que transmite es representacional: la imagen dubitativa y romantizada de un noble blanco que es alabado como el mesías de un planeta mayormente poblado por nativos de piel oscura”.

Aún no sabemos cómo Villeneuve lidiará con esa narrativa del salvador blanco (la segunda parte de la saga acaba de ser recién confirmada), pero para los interesados en cómo la obra de Herbert ha influenciado a la derecha, Dargis menciona un revelador ensayo de Jordan S. Carroll en el Los Angeles Review of Books.
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Una rareza de su época


Por ahora, esta primera Dune probablemente se posicionará como una curiosidad, una película idiosincrática y un poco anacrónica que mantiene algo de la forma de un blockbuster sin sacrificar las partes más contemplativas del libro. En el mar de franquicias indistinguibles, eso le profiere un valor. Como escribe Ignatiy Vishnevetsky en A.V. Club:

“Lo que ofrece Dune, más allá de su futurismo monocromático, es una especie de entretenimiento hollywoodense a la antigua: de grandes estrellas y titánico espectáculo.

De cierta manera, la película se siente como una actualización de una épica en Cinemascope, con paisajes impresionantes, un sentido exótico de grandeza, y un ritmo meditativo (…).

A pesar de estar inconclusa, el resultado final es una rareza entre los blockbusters sobrecargados de efectos estrenados en la última década: dan ganas de que no termine tan pronto”.

Este artículo fue escrito por Leonardo Goi y publicado en el blog Notebook de la plataforma de streaming Mubi.
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