South Park: Análisis de todos los capítulos

¿Es posible hacer una buena serie durante más de veinte años y escribiendo cada capítulo en menos de cinco días? Trey Parker y Matt Stone, los showrunners de South Park, creen que sí. Este análisis revisa cómo la serie animada ha luchado contra el paso del tiempo y el presente vivo, sus victorias y derrotas, y las consecuencias que conlleva este método de trabajo.
South Park lleva 22 temporadas y contando. Sus creadores, los gringos Trey Parker y Matt Stone, han alcanzado el récord de escribir, producir, hacer las voces y dirigir la mayor cantidad de capítulos (309 en total hasta ahora, sin contar la película) en el menor tiempo posible: cada episodio de South Park comienza a realizarse seis días antes de salir al aire, un proceso inédito para una serie animada.

Sin embargo, al pensar en South Park –y al ver South Park– no es este dato el que reina en el imaginario del espectador. La serie emitida por Comedy Central se clavó en el inconsciente colectivo debido a su humor negrísimo, escatológico, ofensivo, paródico y satírico, un estilo que no hace concesiones con sus objetos de burla.

Por su guillotina cómica han pasado todas las religiones y sus respectivas instituciones, ateos, demócratas, republicanos, activistas del medioambiente, cazadores de ballenas, movimientos pro y anti-armas, estereotipos raciales, activistas raciales, pueblos indígenas, cineastas independientes, estrellas de Hollywood, youtubers, otras series animadas, la misma South Park
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Kenny muriendo de una enfermedad terminal. Capítulo 13, temporada 5
La lista se siente tan interminable como contradictoria. En términos políticos, es imposible situar a South Park bajo un estandarte ideológico concreto, pues tanto los discursos que proponen como los detractores de estos provienen de un espectro diverso (Wikipedia incluso tiene un artículo independiente sobre las polémicas de la serie).

Como bien lo anota el académico Joe Thorogood al examinar las aristas geopolíticas de South Park, la serie le pega a todos por igual:

“A pesar de algunas notables excepciones, las películas más populares de Hollywood pueden entenderse de manera inmediata como apoyo a las intervenciones militares y la preeminencia estadounidense, mientras que el humor satírico de los dibujos animados ha servido como modelo de protesta anti-militar y crítica de las élites políticas y los órdenes dominantes.

Esta dualidad resalta los problemas que enfrentan los académicos al examinar los mensajes complicados y contradictorios que ofrece South Park, un programa que se niega a ser demarcado simplemente como crítico o de apoyo a las narrativas hegemónicas dominantes, sino que cataliza tensiones más amplias entre geopolítica y religión”.

Un pensamiento similar es el de Luis Morales Zuñiga, de la Universidad de Costa Rica, quien considera que uno de los factores centrales de South Park es su empleo del pensamiento crítico contra el pensamiento crítico.

Remarcando la idea hegeliana de que cada tesis posee su propia antítesis dentro de sí, Morales releva que buena parte de los episodios de South Park suelen centrarse en cómo discursos contrahegemónicos se transforman sin problemas en el pensamiento dominante que pretenden desmontar:
“Hippies que buscan la transformación social terminan siendo totalmente contemplativos y pasivos (9×02), los ambientalistas cuando entran en contacto directo con la selva terminan por odiarla (3×01), los ateos se convierten en una profesión de fe y adquieren características muy similares a las de grupos religiosos (10×12), y la medicina alternativa más bien pone en riesgo la salud (4×06)”.

Los textos –académicos y no– que problematizan sobre el tema son muchos. Algunos sitúan la serie más a la derecha, otros más a la izquierda, e incluso se han acuñado conceptos sobre la supuesta base ideológica que propondría la serie, por ejemplo: “Republicano South Park”.

Sin embargo, esta discusión con respecto al lugar de South Park en la brújula política es la menos relevante que se puede extraer de ella (y la menos interesante, en todo caso), y la conclusión de que South Park funciona más bien como un catalizador dialéctico es tal vez la más adecuada para salir del paso y poder centrarnos en sus componentes creativos.

Aunque no muchos parecen notarlo –excepto por algunos reportajes y un documental al respecto–, el increíble logro de llevar 22 años haciendo un capítulo a la semana, durante diez semanas consecutivas cada año, hace palidecer el elemento sociológico.

Sus más recientes episodios, el Especial de la Pandemia y el Especial de la Vacunación (ambos de una hora de duración), resaltan ese efecto de contemporaneidad instantánea de la serie.
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El Especial de la Pandemia
El primero, estrenado en septiembre de 2020, en pleno peak global del COVID-19, mezcla el rechazo a las fuerzas policiales luego de los eventos desatados tras el asesinato de George Floyd con el apresurado retorno obligatorio a clases presenciales, además de incluir algunas sub-tramas y chistes sobre el correcto uso de la mascarilla, el estrés mental del confinamiento, la futura votación entre Biden y Trump, y el ratón Mickey teniendo sexo con un murciélago y luego con un pangolín en una visita pre-pandémica a Wuhan.

En el segundo, la trama sigue a los niños-protagonistas desesperados por conseguir una vacuna mientras que los adultos mayores, ya vacunados, se comportan como adolescentes rebeldes  aprovechando las libertades que les otorga la inmunidad.

Lo complementan la aparición de los conspiranoicos creyentes de la teoría QAnon –quienes se tomaron el Capitolio de Estados Unidos dos meses antes del estreno del especial–, el regreso de Trump-Garrison al pueblo de South Park luego de perder la elección, y el ejercicio meta de incluir el software de animación de la serie como una deidad capaz de corregir los imbricados argumentos en los que se meten los guionistas.

Se podría argumentar que, en la actualidad, esta es la norma, que vivimos en la época de la instantaneidad, de la ebullición de memes y virales apenas ocurre un acontecimiento más o menos noticiable, y que la “democratización” de la producción y circulación de imágenes también democratiza la producción humorística, por lo que lo de South Park no sería un procedimiento tan original, sino más bien un síntoma lógico de época.
Ante esto, es necesario recordar que la primera temporada de South Park es de 1997, es decir, su cualidad memeadora de la realidad –y más tarde memeable por sí misma, con la irrupción de Internet– es previa al auge las plataformas virtuales.

A su vez, habría que resaltar que la serie, a diferencia del estrecho discurso de las piezas virales, abre muchas más posibilidades de lectura gracias a su formato de narración audiovisual (las bibliografías señaladas arriba son un ejemplo de ello).

Pero, el problema evidente: ¿qué tanta vida útil tiene una obra realizada en el calor del momento, con los referentes inmediatos de esa semana, con el sentido del humor de una época en específico? Sabemos que un meme sobrevive, con suerte, una semana. ¿Una temporada de South Park hecha hace veinte años resiste un visionado exhaustivo? Spoiler: sí, absolutamente.

Cómo South Park se enfrenta al tiempo


Antes de profundizar en esa respuesta, hay que volver a valorar las condiciones de producción y el resultado que ha emergido de ellas: para hacer más de 300 capítulos se necesita un desborde creativo importante.

El documental 6 Days to Air: The Making of South Park, logró capturar parte de ese torbellino y la sensación de vértigo que experimentan Parker y Stone.

Cada semana, con una pizarra del tamaño de una pared dividida en tres partes que representan los tres actos de cada episodio, repleta de ideas e indicaciones, los showrunners admiten haber tocado fondo, que sus ideas no sólo son nefastas sino que están incapacitados de llegar a la fecha límite y tendrán que avisarle a la cadena televisiva que fueron derrotados por su propio calendario.

Cada semana, también, lo logran. Terminan la historia, doblan las voces, los animadores bosquejan y rematan las secuencias, y los episodios consiguen alta audiencia y valoraciones críticas positivas, satisfaciendo a los dueños de la señal.
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Los creadores de South Park, Matt Stone y Trey Parker (1997)
Su símil más cercano dentro de esa industria es Saturday Night Live, programa de variedades que se vale de lo acontecido durante cada semana para sus sketchs humorísticos, con la diferencia de que South Park construye una narrativa alrededor de esos eventos o, si lo desean, los ignoran por completo y se lanzan con un relato autónomo.

Después de diez o catorce semanas (la cantidad de capítulos por temporada ha variado durante el tiempo), el resultado es un fresco que retrata algunos de los sucesos más importantes del año en el que se emite o del año que las precedió.

Así, South Park ha sido testigo y cronista de eventos como la guerra de Irak, la elección de Obama, la aparición de Facebook, el triunfo de Trump y el auge de la corrección política, además de otros eventos no-históricos pero que marcan la pauta mediática.
(A modo de paréntesis: en Chile, esta lógica de “resumir el año” a través de la comedia, se ha instalado desde hace algún tiempo como parte de las rutinas de los humoristas que asisten al Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar. Aunque este gesto se conecta tradicionalmente con el formato stand-up, el humor contingente, de tintes políticos sobre todo, ha atravesado esa barrera y también forma parte del repertorio de humoristas callejeros y cuentachistes consolidados que asisten al certamen).

Con esto en cuenta, es aún más llamativo que la mayoría de los episodios de South Park también se sientan profundamente atemporales.

De manera sorpresiva, el paso del tiempo ha transformado elementos contemporáneos de su periodo en chistes absurdos o surreales (como la huelga de guionistas de Hollywood en 2007, parodiada en una inexplicable huelga general de Canadá en la temporada 12), mientras que otros se han vuelto muchísimo más vigentes desde que se estrenaron (como el acoso de la prensa hacia Britney Spears que deviene en su sacrificio –con la anunciada sucesión de Miley Cyrus incluida–, o el colapso de la sociedad debido a una falla global de Internet, ambos de la misma temporada).
Estos episodios “antiguos”, confirman que los guionistas de South Park han entrenado y logrado consolidar lo que podríamos llamar su olfato de época, la habilidad de captar signos y temas que marcan no sólo el año de emisión del capítulo en específico, sino que su relevancia para la década venidera.

En marzo del 2010, por ejemplo, la serie estrenó el episodio Medicinal Fried Chicken, que pone el foco en la venta de marihuana medicinal (inspirado en el caso real de una tienda de marihuana marketeada como local de Kentucky Fried Chicken).

Ocho años después, con la legalización de estos negocios en varios Estados y su proliferación masiva, la serie optó por retomar esa línea argumental, dándole al personaje de Randy Marsh su propia granja de marihuana –ahora legal en Colorado, donde estaría ubicado el pueblo de South Park–, volverlo un trabajador agrícola (tópico poco explorado por el audiovisual contemporáneo) y desplazar así parte de la acción de la serie desde el área urbana hacia la zona rural (giro especialmente significativo durante la pandemia y su respectivo Especial dos años después).
El éxito de esta operación, de identificar un hecho importante, narrativizarlo y proyectarlo en el tiempo, radica, además, en su tratamiento. En términos de escritura, son pocas las ocasiones en las que South Park ubica ese acontecimiento contemporáneo en el centro del conflicto, sino que más bien lo utilizan como justificación para detonar tramas y subtramas en las que está contenida la comedia.

Siguiendo con el ejemplo, la marihuana medicinal se siente más como una excusa para llegar a desarrollar el chiste de los hombres provocándose cáncer testicular a propósito y así acceder a la droga (la secuencia de los testículos gigantes es de las favoritas de Internet).

O en el episodio de la elección entre Obama y McCain en 2008, en la que ambos candidatos se revelan como parte de una banda de ladrones de joyas con el objetivo de obtener la presidencia para ejecutar su heist más ambicioso; de esta forma, el triunfo de cualquiera de los dos era más o menos intercambiable, gracias a la versatilidad de la trama (el capítulo se estrenó en menos de 24 horas después del anuncio de la victoria de Obama, e incluía extractos literales de su primer discurso como presidente electo).
Temporada 14, Ep. 1
Después de ver sus 22 temporadas, es posible notar que desde los primeros años ya existía en Parker y Stone una consciencia por mantener vigente un producto audiovisual que a todas luces era considerable como televisión basura, de humor vulgar, animación ordinaria y hecha para el público específico de su época.

El mayor desafío que han experimentado los creadores de South Park, entonces, no es ofender a las cúpulas de poder, a minorías desprotegidas o a los portadores de discursos hegemónicos y salir ilesos, sino que enfrentarse a la amenaza del tiempo, a la posibilidad de volverlos irrelevantes, anticuados. Las técnicas recién descritas, podemos afirmar, los han ayudado a evitar ese destino.

Aquiles y la tortuga, South Park y el mundo real


Durante estos 22 años, South Park ha profundizado en este método de trabajo del “aquí y ahora”.

En algunos de sus ciclos más recientes incluso han construido una trama única por temporada, inspirada en eventos concretos de la realidad –como la elección de Donald Trump–, generando la queja entre algunos fanáticos de que South Park se habría vuelto “demasiado política”, aludiendo a que los hechos mismos de la realidad se habrían vuelto el objeto central de la diégesis de la serie y no un detonante de historias.

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Este reclamo, no obstante, se relaciona con la consolidación de su poética y con una experimentación dentro de la misma. Lo que en temporadas anteriores eran señales, guiños o metáforas constestatarias a la absurda realidad estadounidense, durante sus temporadas más recientes la serie las ha transformado en respuestas cada vez más abiertas y explícitas, permeándose de manera casi indisoluble con el mundo que representa.

Tal como lo describe el escritor argentino Alan Pauls, es posible considerar el corpus completo de South Park como “una acumulación de síntomas”, una obra que no pretende corregir sus vicios, obsesiones o errores, sino que profundiza en ellos para volverlos parte de su propuesta estética: “Escribir es seguir el rastro de nuestros síntomas. Como diría un falso mártir cristiano, abrazar la piedra con la que tropezamos. O, más freudianamente, gozar de ella”.

Tal como la literatura de César Aira o las nueve temporadas de Seinfeld (ejemplos de Pauls), South Park no evade aquello que la mete en problemas –su cualidad de instantaneidad–, al contrario, lo convierte en su principal preocupación, en sus armas y vestimenta (los Especiales de la Pandemia y la Vacunación parecen el punto cúlmine de este proceso).
Yéndonos hacia un apartado filosófico, South Park y la realidad parecieran jugar una dialéctica que se asimila a la carrera de Aquiles y la tortuga, en la que una siempre intenta alcanzar a la otra, un encuentro que sería imposible debido a la inexorable infinitud.

No homologaría directamente a la serie con el atleta ni al mundo real con la tortuga, creo que, como con toda obra de ficción, el velo que las separa se puede cruzar de forma bidireccional. En algunas ocasiones South Park se anticipa al mundo real, mientras que en otras la realidad se vuelve tan impredecible que obliga a la serie a replantearse su punto de vista.

Esto último ocurrió con la postura de los guionistas en torno al calentamiento global: en 2006, cuestionándose la existencia de este y criticando el supuesto ego desbocado de Al Gore, introdujeron al HombreOsoCerdo a la serie, una criatura producto de la imaginación del exvicepresidente, que aludía al cambio climático.

En la temporada de 2018, sin embargo, transformaron al HombreOsoCerdo en una amenaza real para los personajes, a Al Gore en alguien que siempre tuvo la razón y a los ancianos de South Park en los responsables de haber traído a ese demonio a la Tierra.

El humor de South Park (o, al menos, su pulso escritural) parece haber envejecido bien, no dependiente por completo de la época en que nació o de las modas que imperaban hace diez, quince o veinte años. Sus chistes incorrectos, ofensivos, incómodos de mirar, todavía funcionan y la mayoría de las veces se sienten críticos y actuales (sin contar, quizás, las primeras tres temporadas, aún muy verdes para considerarlas).

Frente a su genialidad, por tanto, se vuelve igual de interesante indagar en esos momentos donde la serie se ha visto devorada por su propia lógica.

La realidad te desborda


Una de las ventajas de trabajar en lapsos cortos, dicen los guionistas, es que les da un margen muy pequeño a los ejecutivos para intervenir en la producción y considerar la censura de algo que pudiera parecerles incorrecto.

Una de las desventajas, sin embargo, es que tampoco se cuenta con un periodo de corrección, de probar ritmos y pensar sobre el producto final. La trilogía donde los niños de South Park juegan a ser superhéroes se siente estirada sin justificación alguna, la segunda temporada parece más un trabajo hecho por fans que un conjunto canónico, la temporada 16 descansa mucho sobre un general tono sarcástico.

No es llamativo que una serie de esta extensión tenga altos y bajos, lo que sí es llamativo es cuando esos puntos bajos son también muy ambiciosos.
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Temporada 17, Ep. 2
Uno de los momentos de quiebre más reciente de la serie ocurre al final de la temporada 17, cuando Wendy Testaburger, la voz de la razón y ética de South Park, se ve derrotada ante la moda de sus amigas de photoshopear sus imágenes a extremos irreales para verse más atractivas.

Asimismo, la temporada 18 también tiene como antagonistas a elementos tecnológicos de vanguardia: juegos para celular, aplicaciones de transporte urbano, drones, anteojos de realidad virtual, youtubers y hologramas, y aunque los episodios siguen siendo autoconclusivos hay un intento por crear un arco argumental que abarque toda la temporada.

En la temporada 19, South Park abraza por completo la estructura de una sóla gran historia durante toda el ciclo, además de enfrentarse a uno de sus mayores desafíos hasta ese momento: el afán de corrección política que comenzó a imperar en la industria hollywoodense.

Un personaje llamado “Director P.C.” es introducido como figura de autoridad para corregir el pensamiento retrógrado del pueblo y, por lo tanto, de la serie.

Así, en el primer episodio de esta tanda, el Director P.C. revienta a golpes a Eric Cartman hasta dejarlo en el hospital, luego de que este lo amenazara utilizando la expresión “capisci?”, un refuerzo del estereotipo mafioso que sufre la comunidad ítalo-estadounidense, y de decir la sesgada palabra “spokesman”, en vez de la inclusiva “spokesperson”.
A este conflicto se le suma la gentrificación que empieza a sufrir el pueblo: la zona pobre de South Park es modernizada para mostrarse al día en las tendencias arquitectónicas y gastronómicas, sin erradicar la pobreza que allí habita sino que marginándola aún más; y también las mordazas que complican al periodismo debido al cruce que se da justamente entre la bienintencionada corrección política, donde se equiparan disenso y ofensa, y sus implicancias económicas –el boicot que conlleva no cumplir con las normas de este supuesto mundo moderno–.

“¿Qué es la corrección política sino la gentrificación del lenguaje? Deshacerse de lo feo para crear una falsa sensación de paraíso”, dicen en el clímax de la temporada. En este mundo es donde puede emerger el verdadero villano de la temporada: los anuncios publicitarios digitales.

En la temporada 20, confiados en el éxito de la anterior, repiten la estructura de una historia para todo el ciclo.

Sin embargo, a mitad de temporada son las elecciones presidenciales y ocurre lo inesperado: gana Donald Trump. A diferencia de la 19, cuya serialización es consistente a cabalidad, en varios episodios de la temporada 20 de South Park es posible notar cómo la realidad los desborda, viéndose obligados a cerrar de manera apresurada sus historias.
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Temporada 20, Ep. 5
Por ejemplo, el rol de las Member Berries, frutos que provocan una intensa adoración nostálgica (como con la idolatrización de las películas originales de Star Wars), nunca se desarrolla más allá de su aspecto metafórico y es olvidado en las temporadas siguientes.

Tampoco es convincente la conclusión que le dan a “Cazaputas42”, troll de Internet que representa los peligros de poseer un alterego anónimo en la Red y las consecuencias reales que este desata, y que en la serie provocan una crisis internacional que tampoco termina de cuajar.

Estas tres temporadas –la 18, 19 y 20– confirman la diferencia esencial que hay entre hacer un episodio de veinte minutos una vez a la semana, y hacer una temporada completa sobre la marcha. Durante varios capítulos, el Trump ficticio de la temporada 20 está sentado sosteniéndose la cabeza sin tener idea de cómo resolver los conflictos que conlleva el ser presidente.

La imagen funciona como espejo de los guionistas de South Park, agobiados y esperando alguna inspiración divina que les diga cómo arreglar una trama que comienza a desbaratarse (la serie termina recurriendo a una especie de reinicio, donde los hechos de esta temporada no cuentan realmente).
Este resultado final es preocupante no sólo porque la cantidad de risas que provoca es mínima o porque las decisiones narrativas no están a la altura de temporadas anteriores, sino que por la repentina incapacidad de Parker y Stone de tener un plan de respaldo, una forma creativa de resolver su propio embrollo.

El triunfo de Trump, como se sabe, fue sorpresivo para gran parte del mundo, pero ¿tan sorpresivo que incluso dos de las figuras más lúcidas, contraculturales e inconformistas de la industria hollywoodense no pudieron hacerle frente de manera creativa? Al parecer sí.
Lo que decepciona de la temporada 20 –uno de los puntos tan bajos como ambiciosos de South Park hasta ahora– es que la reacción de la serie ante el triunfo de Trump recuerda demasiado a la reacción del ala demócrata de la política gringa (sector que los guionistas han confesado odiar): incrédula y miope, notando su propio punto ciego con respecto al mundo que los rodea.

Es posible que, con su alto nivel de autoconsciencia, los guionistas hayan percibido su fracaso y de ahí que en las siguientes temporadas volvieran a su estilo de capítulos principalmente autoconclusivos, y optaran por alejarse de manera explícita de los discursos del mundo digital y sus sinsentidos.

Como lo dice uno de los protagonistas hacia el final de la temporada 20: “¡Así no es South Park! Antes teníamos desafíos y los resolvíamos e íbamos al siguiente. Ahora sólo hemos estado peleando con trolls y basuras de Internet una y otra vez, semana tras semana”.
Visto en perspectiva, es llamativo cómo los blancos de burlas de South Park pasaron de ser grandes instituciones (en las primeras temporadas sus dardos van sobre todo a la Iglesia Católica, los Mormones, el Gobierno de EEUU, su Ejército o las ONGs ambientalistas) a ser tipos humanos específicos y los entramados microsociales provocados por sus relaciones interpersonales (como el Director P.C., los trolls de Internet o las interacciones virtuales entre miembros de una misma familia).

La digitalización del mundo, parece advertir South Park, ayuda no sólo a descentrar el poder y democratizar los discursos, sino que también a ampliar el espectro de a quién parodiar, de quién es necesario reírse.
Dóname desde Chile

Dóname desde el extranjero

En esta misma línea, la académica Gulnara Karimova, en un artículo en el que conecta la serie Jackass, South Park y la literatura carnavalesca propuesta por el crítico literario Mijaíl Bajtín, afirma que la atmósfera de carnaval contemporáneo que describe el teórico soviético es la característica nuclear de South Park.

Es decir, la serie nos muestra un mundo en el que la desacralización de los grandes roles sociales y la predominancia del escándalo absurdo no son partes de una “segunda vida”, como ocurría en la Edad Media, sino que en la actualidad estarían empapadas en el día a día, un sinsentido cotidiano que en el caso de South Park se presenta como postmoderno y polisémico, que apunta hacia varias direcciones y no sólo a las jerarquías tradicionales o los esquemas verticales.

En las últimas temporadas, con la constante presencia de los dobles virtuales de los miembros de la sociedad, esta lectura se vuelve aún más relevante.
(Otro paréntesis chileno: por este mismo motivo, los sketchs del programa Políticamente Incorrecto de La Red, protagonizados por Toto Acuña y Belén Mora, se sienten tan anacrónicos. Cuando las redes sociales están llenas de sujetos y discursos muchísimo más caricaturizables, reconocibles y ridículos, burlarse del Ejército es una redundancia dosmilera que no asusta ni incomoda a nadie).

Con esto en cuenta, el mayor mérito de South Park sigue siendo que, incluso en el corazón de la industria, en el centro del entretenimiento gringo, sus guionistas han podido mantener una mirada crítica, negándose a doblegarse ante las formas de pensamiento dominante, binarias, radicales y, sobre todo, anti-intelectuales (las referencias e influencias más “cultas” de South Park dan para otro texto); una autonomía que en la actualidad no sólo es valorable, sino necesaria.

La pregunta por la trascendencia, por su parte, se mantiene. Parker y Stone no han dado señales de querer terminar la serie, ni de modificar el ritmo de trabajo semanal que vienen dominando desde hace 22 años.

Hasta ahora, salvo excepciones como las revisadas, South Park se ha demostrado capaz de ganarle a la mera necesidad contemporánea, a la tentación de responderle con sentido de urgencia a una realidad que desaparece mientras avanza.
Referencias